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miércoles, 10 de mayo de 2017

El caribe en mis ojos.

El caribe en mis ojos.

Ese medio día siempre recordaría cómo semanas atrás el azul profundo en el horizonte y el sol en lo alto del cielo se veían desde la alta ventana del estar social, por encima de las hamacas y las mecedoras la brisa del mar llegaba con fuerza e inundaba el lugar con un aroma a sal y a mariscos. Para alguien acostumbrado como yo a vivir a la orilla del océano la situación era relajante, perfecta para descansar en mi hamaca … o hubiera sido así si un molesto zumbido en mi cabeza no ocupara todos mis pensamientos.
El murmullo en mi mente viene y va, como las olas en el ancho mar…  pensándolo bien esa es la constante de la vida, todo viene y se va: amigos, sueños, experiencias, dinero, hasta mis padres… se van, se fueron. Agggh otra vez pensando en esas cosas, siempre que veo el mar me sucede; lo que hace que la gente se preocupe por mí y me crea loco, igual, no los culpo ¿cómo no hacerlo si me la paso en el mar?
Y es que, el mar ha sido desde que tengo memoria mi lugar; el océano y sus olas de un profundo azul me acogieron desde siempre y formaron el único hogar que conozco; las playas de mi pueblo me conocen mejor que mis amigos … o tal vez es que yo las conozco a ellas como al dorso de mi mano y me ilusiono pensando que el conocimiento es mutuo.
Mi vida está ligada a la playa, todo mi cuerpo responde a ella. Mi piel está acostumbrada al sol intenso de medio día y ni las tormentas de octubre, ni las brisas de marzo logran detenerme o alejarme del mar; la gran Mamá Toña –mamatoña, sin espacios y sin separación… como corriendo para que ni el nombre le pegue a uno- hace sus esfuerzos llamándome desde la casona sobre la colina –grita como una loca dicen los vecinos-, y solo logra que acuda a su llamado y le abrace sus grandes faldones colorados con el delicioso aroma de sus cazuelas especiales, esas que los turistas se mueren por probar cada que pasan por la hostería; el aroma me hace regresar porque trae recuerdos, las palabras se las lleva el mar para no volver.
¿Dije turistas?, suena raro mencionarlos sabiendo que este es un pueblito perdido en las costas; nuestras playas no son blancas y nuestro mar no es celeste con surfistas y castillos de arena; el caribe en esta zona es agresivo y perfecto para la pesca, pero el arrecife no permite que la gente se broncee en diminutos bikinis o contamine el lugar; es todo un paraíso para los solitarios, muy pocos viajeros llegan y aún menos se quedan por acá. Vienen y se van … a veces ni siquiera vienen.
Mamatoña me contó que mi padre era uno de esos pocos expedicionarios que se quedó: un mono ojizarco y más bien tímido que, cautivado por mi madre y su negrura, asumió el reto de alejarse de la fría capital –que lejana se siente-  y refugiarse en la costa. Toña dice que nadie se movía como mi madre, que sus caderas se mecían al vaivén de las olas como un barco en altamar, que las estrellas brillaban con más intensidad en el cielo para verla con mayor claridad.
Mamatoña dice muchas cosas, pero yo no los recuerdo, mis padres se fueron hace mucho, sin dejar rastro, por obvias razones no espero que vuelvan. Es por eso que ese medio día yo estaba decidido a seguir los pasos de mis progenitores y frenar el ciclo. Me iría para no volver, las olas me llamaban con su espuma risueña y las playas susurraban promesas de pesca abundante y diversión; pero a mis 16 años yo ya era un hombre y mi palabra era decisiva. Los niños se dejaban llevar por las circunstancias, los adultos como yo seguimos nuestra voluntad.
Sin mirar atrás dejé la casona de altas ventanas que daban al mar, cubrí mi nariz para evitar que el aroma interfiriera con mi partida, salí corriendo antes de que Mamatoña regresara de la galería con sus verduras frescas, corrí antes que la realidad me atrapara con sus consecuencias lógicas y mis piernas se detuvieran. Cuando llegué al puerto me detuve a contemplar el oleaje por última vez, mis lágrimas se derramaron sin que pudiera contenerlas y se unieron con el mar.
Las olas recibieron mis lágrimas con tanto agrado que se levantaron majestuosamente, nunca antes las vi tan grandes y azules … y nunca las vería jamás de esa manera -no tuve la oportunidad de todas formas- porque mi vida terminó súbitamente en ese momento. Mi vida se fue sin regreso justo como deseaba, aunque no como esperaba.

Me fui sin avisar y el mar me llevo sin dejar rastro alguno en su majestuosa corriente, en ese momento me di cuenta que a mis padres les ocurrió algo similar … que la forma de terminar el ciclo fue la misma, que la muerte fue y regreso por mí. Como el mar, como las olas caribeñas que se reflejaban en mis ojos aquel mediodía fatal.

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