Leyenda
de Fiore, tradición del templo
La luz del sol naciente sobre la colina, es simplemente
asombrosa, todos los seres vivos parecen rendir tributo a la Diosa solar con su
inmovilidad, por unos instantes el tiempo parece detenerse y solo la poderosa
estrella domina el espacio. Finalmente ha aceptado aparecer en el reino mortal;
su generosidad y cariño, así como su energía y alegría les permite soñar, los obliga a vivir.
Nadie puede negar el entusiasmo y la armonía con la que la
divina estrella danza en el firmamento, lo hace suyo con cada movimiento. Al
finalizar la función, agotada, la gran diosa se retira en el horizonte en donde
descansa para que el día siguiente todos vuelvan a asombrarse con su fulgor y
brillo sin igual.
….
Mientras su hermana dormita apaciblemente la Luna, hermosa y
serena, sale a escena; pero no de la misma deslumbrante manera de la gran Diosa
solar, con calma y elegancia recorre la noche tomando el brillo de los demás y
haciéndolo suyo, lentamente recorriendo el oscuro cielo hace que los enamorados
artistas suspiren al verla pasar y que los agobiados coyotes aúllen por su
libertad a la pálida Diosa.
Siempre cambiante y silenciosa la gran Luna suele elegir a
un mortal cada noche y hechizarlo, dominar su alma, atrapar sus sueños y
alimentarse de sus esperanzas. Donde su hermana irradia alegría y esperanzas,
admiración y benevolencia, ahí es donde la gran Diosa Lunar acecha. El juego es
simple y con el seleccionan los sueños
reales y los separan de las ilusione vagas e inútiles .
La blanca diosa Luna no es mala, nadie puede atreverse
siquiera a plantearlo, su labor diaria es neutral y necesaria. Su trabajo
consiste en valorar los pensamientos de cada mortal, inspirarlos y ayudar a
lograrlos si son validos y pueden generar un buen futuro; destrozarlos
cruelmente si son simples ilusiones, para que su hermana Sol vuelva a plantar
las semillas de un nuevo sueño.
Ninguna de las dos diosas puede ser eliminada, las diosas
hermanas del firmamento dominan el mundo, ambas necesarias para controlar a los
mortales, ambas temerarias al atreverse a cambiar las cosas. Los sueños humanos
forjaran el mañana, y por esto solo los mejores deberán hacerlo. La gran Luna
omnipotente será juez por siempre, solemne y sombría cada noche …
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