Sus ojos oscuros no mentían, eso lo había descubierto con
anterioridad. Los antiguos pobladores no se equivocaban cuando decían que las
ventanas del alma se encontraban en la vista; esos ojos reflejaban la pureza de
su alma, la ternura y delicadeza de su ser.
Esos ojos no podían mentir, y aquella mirada estaba lejos de
ser alegre, aquella mirada estaba llena de dolor y tristeza. Solo con verle, me
invadió tal sensación de desesperanza que estuve a punto de caer.
Solo un detalle impidió mi desfallecimiento, un detalle que
muchos pasarían por alto, pero que, para alguien acostumbrado a perderse en el café
de sus ojos, notaría al instante… ¡No estaba llorando!
Si sus ojos no estaban inundados en lagrimas no es porque
quisiera parecer fuerte, no era de ese estilo de personas, si su mirada triste
estaba libre de llanto solo podía significar esperanza, aún podríamos soñar con
un futuro, o al menos yo podría hacerlo, siempre que sus ojos me permitieran
hacerlo.
Cuando finalmente logré llegar a su lado, cuando intenté
sentir su calidez y reconfortarme en sus
brazos… desperté
Pasaron unos cuantos segundos hasta que logre enfocarme y
sentir el peso de la realidad, desesperado busque por todas partes alguna señal de su
presencia, necesitaba saber que todo fue un mal sueño, necesitaba que desmintiera
tan cruel pesadilla con su sonrisa.
Al llegar al salón me recibió con un beso, dulce y tranquilizante,
cuando abrí mis ojos y busque la felicidad en los suyos solo encontré el rastro
de una lagrima. Tras fundirnos en un sólido abrazo por unos minutos supe que
todo había acabado. Tomé mi abrigo y desaparecí.